INFORME, CON MARTINA LASRY - Con los atentados del 11 de septiembre de 2001, Bin Laden y sus seguidores buscaban dar un giro al declive que había experimentado la yihad en los años noventa, tanto en Egipto como en Bosnia, en Arabia o en Argelia. Mediante este golpe al “enemigo lejano” estadounidense, esperaban unir de nuevo a sus partidarios y provocar el triunfo del islamismo radical en todo el mundo, en un momento en el que la segunda intifada sumía en el caos a israelíes y palestinos. Mientras tanto, en Washington, el influyente lobby neoconservador se replanteaba los intereses estratégicos tradicionales de Estados Unidos en Oriente Medio: la seguridad simultánea del Estado de Israel y de los pozos petrolíferos. Una mezcla de excusas democráticas y reafirmaciones hegemónicas, la “guerra contra el terror” abrió definitivamente la caja de Pandora en el Irak ocupado. En Oriente Medio, amenazados los lugares sagrados y desgarrado el tejido social, el odio secular se está traduciendo en la fitna, es decir, la guerra en el corazón del Islam.
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